DESDE los años ochenta el doctor Giuseppe Amara [1] aparece constantemente en televisión, además de tener varios libros publicados. El domingo 6 de marzo de 2005 Amara habló de las bondades de la siquiatría en la llamada Hora Nacional del radio, y sus comentarios se escucharon en todos los canales mexicanos. Uno de sus colegas me comentó que en un programa Amara se dedicaba a dar consejos por la radio. Nunca lo había escuchado con atención, y si lo hice fue sólo para averiguar si lo que decía en la radio era relevante para este libro.
Lo es. Y de qué forma. En un programa escuché el caso de un sujeto en España que asesinó a su hijo con dos hachazos en la cabeza, y Amara se condolió no de la víctima, sino de los padres que no pueden soportar este tipo de hijos. A diferencia de mis capítulos sobre el diagnóstico de Amara, que pueden despertar sospechas de si fui fiel a sus palabras, en este caso lo grabé. Eso significa que ahora puedo citarlo verbatim.
Desde finales del siglo XX hasta principios del nuevo siglo la voz de Amara se escucha de lunes a viernes en el programa Parejas disparejas y la familia que dirige la doctora María Elena Micher. Parejas disparejas sale al aire en la Ciudad de México, Monterrey y Guadalajara. En el programa del 11 de octubre de 2000 Micher leyó un desplegado sobre el padre que mató: “de dos hachazos en la cabeza a su hijo, enfermo psíquico, mientas dormía. La víctima, J.C.D. de treinta y tres años frecuentemente maltrataba tanto verbal como físicamente a sus padres según el alcalde de la población”. Micher no nos dice si los padres habían maltratado verbal y físicamente a su hijo cuando era un niño. Pero añadió que el filicidio: “se produjo en el domicilio familiar y el agresor, J.C.N. de setenta y tres años, se entregó a la policía sin oponer resistencia. La familia había denunciado por malos tratos al enfermo que tras ser internado en un centro psiquiátrico volvió a la casa”. Durante el comercial dejé de grabar. Cuando accioné la grabadora de nuevo perdí el inicio de la siguiente frase de la conductora. Pero registré la parte crucial de su charla con Amara:
Micher: […] después de años de, pues de, de sentirse víctimas ¿verdad?, o de ser víctimas de este enfermo [énfasis en la voz de Micher]. Pero obviamente este enfermo psíquico —y lo hemos hablado en muchas ocasiones aquí Giuseppe: ¿qué hacer [pausa retórica en la frase de Micher]—
Amara: Así es.
Micher: —con estos familiares que tenemos enfermos que no controlan sus impulsos, que ya ni las medicinas los controlan y que los regresan y les dan de alta? [entonación de súplica y casi de angustia en la voz de Micher].
Amara: Por eso—
Micher: Tú has hecho mucha insistencia en eso—
Amara: Por eso sigo haciendo insistencia porque no es un caso aislado.
Micher: ¡Ay!
Amara: Por eso leemos notas tan tristes, tan desagradables, de ataques de los propios padres a los pacientes psiquiátricos. O al revés: muchas veces son los pacientes quienes atacan a los padres, o los mantienen en un nivel de vida casi intolerable, insoportable. ¿Cuántas madres, cuántos padres no tienen algún hijo con un problema psiquiátrico grave [pausa y énfasis en la voz de Amara] que no pueden atenderlo, no pueden desde luego ayudarlo? Sabemos que se resisten a tomar medicamentos. Sabemos…
Micher (interrumpiendo): Aquí tuvimos un caso. ¿Recuerdas que vino la hija y la mamá estaba en la cárcel precisamente porque había matado a su hijo esquizofrénico?
Amara: Sí. En fin. Hay un sin fin de casos así donde, eh, los recursos que tienen los padres son por ejemplo emplear enfermeros para que con la fuerza [énfasis en la voz de Amara] lo lleven a algún hospital, o incluso a veces a la policía. Y esto implica golpes, maltratos, faltas de comprensión. Tienen que darles medicinas en forma encubierta, cuando pueden. No siempre se puede hacer.
Más de dos decenios después de lo que le aconsejó a mi madre, Amara continúa creyendo que drogar a los hijos “en forma encubierta” es algo bueno y necesario según sus propias palabras. Prosigamos con su discurso:
Son peligrosos para sí mismos y para los otros. Causan disturbios sociales. Y esta es la crisis de la psiquiatría llamada institucionalizada. En los años sesenta, hasta los años sesenta había sistemas de hospitales psiquiátricos, había la idea de tener hospitales psiquiátricos, había la idea de tener recintos, casas de medio camino, en fin. Con las reformas de la llamada antipsiquiatría se trató de vaciar los hospitales psiquiátricos y enviar a los pacientes psiquiátricos a las calles por decirlo así; a las familias. Esto no se ha resuelto completamente y sigue siendo un drama, un dilema tanto en Europa como aquí. No podemos, no podemos responsabilizar a los padres de mantener a raya, de contener y de medicar a los hijos que sean trastornados psiquiátricos, porque los trastornos son tan severos que es casi imposible: la familia se desquicia y además no hay, no hay capacidad alguna de contención. De manera que sigue siendo un dilema. Lo hemos planteado muchas veces. Hemos pedido ayuda a algunos asesores de la Cámara de Diputados que ayuden a ver qué hacer en el futuro con estos numerosos casos de pacientes con trastornos psiquiátricos graves [énfasis en la voz de Amara] que los familiares no pueden atender.
Esto me recuerda la iniciativa de NAMI de acudir al Congreso de Estados Unidos para que el siquiatra tenga aún más poder sobre los niños y adolescentes. Lo que llama la atención de esta conversación grabada es que, como lo hizo Freud con los inquisidores que martillaban a mujeres indefensas, Amara y Micher dialogaron implicando que el enfermo no fue el padre que le abrió la cabeza a su hijo, sino el joven asesinado. El indefenso que dormía resultó ser el culpable.
¿Se ve por qué no exagero al decir que después de que un padre martillea a su hijo hasta la muerte —literalmente— el siquiatra toca la armónica sobre el cadáver y charco de sangre? Para siquiatras como Amara los padres son siempre las víctimas aun si cometen filicidio; los hijos, los trastornados. La etiqueta se la lleva el hijo independientemente del nivel del crimen del padre, quien libra la etiqueta. Para Amara, una vez estampada la etiqueta a un chico es imposible pensar que la falta pudo provenir del padre. En lugar de aprovechar la ocasión para abordar el tema de los padres asesinos, Amara prefirió tocar su armónica. Pero lo más wonderlandesco que se desprende de las palabras de Micher es que el crimen no se le imputó al padre, sino al hijo (“después de años de, pues de, de sentirse víctimas ¿verdad?” “Así es” —Amara). Y en esta Lógica Wonderland donde todo está invertido Amara habló de las verdaderas víctimas, como el que inocentemente dormía durante el atentado, como “peligrosos para sí mismos y para los otros”.
Debo decir que este “peligrosos para sí mismos y para los otros” es la fórmula siquiátrica estándar que los siquiatras usan para encarcelar a un civil que no ha roto la ley. La trampa de la fórmula estriba en que es imposible predecir la conducta futura de un individuo, y por esa razón las sociedades libres prohíben el llamado arresto preventivo. Pero es un hecho indiscutible que este tipo de arrestos continúan, y de manera masiva en nuestras sociedades, aunque disfrazados de ejercicio médico. De hecho, con la fórmula “peligrosos para sí mismos y para los otros” en alguna parte del mundo los siquiatras están arrestando ahora mismo a algún ciudadano que ni siquiera tiene antecedentes penales. Se podría decir que la sociedad le ha concedido a los siquiatras el derecho de jugar el rol de precogs o individuos dotados con cognición previa de los crímenes, como en la película de Spielberg Minority report: sentencia previa. Pero en el mundo real los siquiatras no son dotados de película de ciencia-ficción. El diagnóstico de “esquizofrenia” no tiene validez predictiva, y si nadie puede adivinar el futuro el arresto preventivo debiera ser abolido en nuestras sociedades. No obstante, como indicó Amara, el siquiatra (que se cree precog) no duda en arrestar “a la fuerza” al joven a pesar que eso implique “golpes y maltratos” según sus palabras.
Para quienes jamás han escuchado a Amara es importante notar que en los medios habla con tal serenidad, elegancia y dominio del idioma que despoja a su discurso de toda sospecha inquisitorial. Confieso que fue sólo al capturar sus palabras exactas de mi grabadora al papel que, al leerlo ya en frío y sin su cautivante voz, me horroricé al descubrir que, como en los años setenta, Amara continúa siendo un inquisidor en el nuevo siglo. Pero Amara encubre su rol detrás de su aparentemente inofensiva profesión de sicoanalista con la que se presenta en los medios. Su cautivante voz y la manera de presentarse al público me recuerda el llamado teflón de los evangelistas de televisión. Desde la pantalla éstos ya no amenazan con el infierno a los fieles, pero algunos no han abandonado esa doctrina medieval. La modernidad se les resbala a los televangelistas a lo largo del teflón fundamentalista. Análogamente, Amara no amenaza con la lobotomía o el electroshock a sus radioescuchas, pero no ha abandonado “la idea [su énfasis] de tener hospitales psiquiátricos” como aquél donde John Bell fue encarcelado por años.
La retórica del teflón explica que casi nadie se haya percatado de las barbaridades que dice en su programa. Con Amara como estrella principal, Parejas disparejas y la familia ha salido al aire en la Ciudad de México por años, y hasta la fecha nadie lo ha denunciado. Este dato me lo reveló el productor del programa el mismo día en que se transmitió el caso del asesinato del joven y le hablé por teléfono.
“La adolescencia es la edad de las enfermedades mentales”
Amara pronunció estas palabras en el programa del día anterior del caso de los hachazos. Thomas Szasz ha dicho que cada vez que un siquiatra dice: “Fulano de tal es un enfermo mental” hay que interpretarlo como: “Este médico quiere internar a Fulano de tal”. Así que yo interpreto las palabras de Amara de la siguiente manera. La adolescencia es la edad de internar a los adolescentes si surgen conflictos con sus padres —la misma consigna de hace ya trescientos años con que se encarcelaba a los adolescentes en las horrorosas Bicêtre, Salpêtrière y más tarde en la Bastilla de París: lugar tan odiado que fue lo primero que tomaron en la Revolución. Si se descifra lo que significan los eslóganes del siquiatra se verá que la siquiatría no ha cambiado desde sus orígenes.
Como vimos al hablar de las convenciones internacionales de derechos humanos, declarar que alguien es un enfermo equivale a desnudarlo de sus derechos civiles. Así que cuando en base a que “la adolescencia es la edad de las enfermedades mentales” el siquiatra identifica a un adolescente específico, como aquél que identificó a John Bell cuando murieron sus padres, significa que su confinamiento “a la fuerza y por medio de golpes y maltratos” ya no está lejos del horizonte. Esto es lo que hace Amara en el programa de conflictos familiares que sale al aire en las ciudades más grandes de México. Cada vez que sugiere internar a un adolescente primero lo diagnostica como trastornado desde el punto de vista siquiátrico, o bien, usa tal diagnóstico para desviar la atención del padre abusivo y enfocarlo en el “enfermo”.
Como buen siquiatra, Amara no puede concebir que la adolescencia de los hijos sea la edad cuando algunos padres no toleran independencia en su progenie; que estos padres caen en actitudes devoradoras y que estas actitudes ocasionan reacciones. Amara no tiene excusa de ignorar los estudios que se han hecho sobre este tipo de padres enloquecedores. Además de haber leído mi larga epístola a la madre, los libros donde se habla de estos padres han sido traducidos al español y se han encontrado disponibles en México desde hace muchos años. (Ernesto Lammoglia, su colega que habla en otra estación mexicana sobre problemas familiares, sí menciona a estos padres tóxicos.)
Nostálgico de las instituciones de antaño, Amara dijo que debido a las reformas de “la llamada antipsiquiatría se trató de vaciar los hospitales psiquiátricos”, y que “numerosos casos de pacientes con trastornos psiquiátricos” son tan intolerables que los familiares no los pueden atender. Aquí Amara representa los intereses de tutores como el tío de John Bell que, horrorizado cuando regresaron al huérfano del hospital, lo calumnió diciendo que no podía tener a un esquizofrénico en casa. En realidad, la llamada desinstitucionalización no fue un movimiento altruista o antisiquiátrico como dijo Amara. Antisiquiatras auténticos como Ronald Laing o David Cooper jamás tuvieron el más mínimo poder en la sociedad; y Szasz, reprimido en su universidad, no tuvo la oportunidad de educar a las nuevas generaciones de jóvenes siquiatras. En Estados Unidos el haber vaciado algunos de los enormes edificios siquiátricos en los años cincuenta y sesenta no tuvo que ver con “las reformas de la llamada antipsiquiatría”. Fue el resultado de unas reformas fiscales que les permitieron a los estados transferir la carga económica de los asilos estatales a la comunidad. Los pagadores de impuestos solían pagar enormes sumas para tener encerrados a algunos de sus conciudadanos en los asilos tradicionales (en los años cuarenta el estado de Nueva York tenía que pagar un tercio de su presupuesto para mantener a estas instituciones).[2] Pero eso no significa que en la actualidad los hospitales siquiátricos se hayan extinguido. En los ochenta se construyeron varias clínicas en Norteamérica, particularmente para encerrar temporalmente a niños y adolescentes, como el hospital donde estuvo la citada niña Rachel. De hecho, en 1984 había 220 siquiátricos privados en Estados Unidos pero cuatro años después ya había 466.[3]
A grandes rasgos, la agenda política de Amara en el programa de radio es la siguiente. Ante problemas familiares como los que mencionaba Rachel —abandono de hogar, violencia física o verbal, relaciones sexuales de menores que escandalizan a los padres— el siquiatra ofrece soluciones médicas. Algunas de las declaraciones de Amara que escuché en la radio fueron increíbles. En uno de los programas afirmó: “Esa fobia hay que tratarla medicamentosamente”. En un caso de celos amorosos Amara sugirió que había que tratarlo con “medicación antidelirante” (¿neurolépticos?). Un solo sueño bastó para que Amara le diagnosticara “depresión” a una señora y aconsejara terapia, todo en menos de un minuto. (Mucha gente habla por teléfono al programa pidiendo ayuda y a veces lo único que relatan es un sueño para que el afamado sicoanalista lo analice.) Otra mujer que no quería tener relaciones sexuales con su esposo resultó tener un “trastorno de personalidad”. El aguerrido general Patton resultó un “psicópata” y no podía faltar la palabra “esquizoide” en otro caso y el mantra siquiátrico que “la dopamina interviene en la esquizofrenia”. El sesgo biologicista en estos programas para medicalizar los problemas familiares es tal que Amara ha llegado a enfrentarse a sus colegas no médicos. Me refiero a los sicoterapeutas que jamás recetan drogas siquiátricas. A diferencia de muchos analistas, los sicólogos no son siquiatras; y algunas de las críticas que hago en este libro no están dirigidas a esos profesionales.
Loana Téllez, una sicóloga graduada en la Universidad Autónoma Metropolitana que tiene su consulta en Médica Sur, me confesó a principios de 2003 que trataba a una niña cuando la madre escuchó el programa de Micher y Amara. La madre de su pacientita fue a visitar a Amara a su consultorio, y éste le dijo que quería ver un reporte clínico del trabajo de la terapeuta sobre la niña. Naturalmente, Loana resintió la intrusión en su consulta privada. Pero la madre, cautivada por el elocuente profesional —como muchas señoras en México que escuchan su programa— retiró a la niña del tratamiento con Loana para mandársela a Amara. Loana me comentó que Amara, según las palabras que inmediatamente anoté: “¡Me cuestionó mi trabajo! ¡Me voló el paciente!” (caló mexicano por robo de paciente).
Sin pruebas físicas de laboratorio, y al igual que hiciera conmigo un cuarto de siglo antes, Amara diagnosticó un problema biológico y terminó drogando a la niña.
Referencias
[1] La información sustancial sobre este sujeto aparece en la primera parte del libro, la cual sólo estará disponible en papel.
[2] Sharkey: Bedlam, p. 173.
[3] Ibídem, p. 11.